Al final de los sentidos.
- Carlos González
- 24 ene 2017
- 4 Min. de lectura

Hay miedo, hay desesperación, hay dolor, preocupación, enojo, precipitación y rencor. Hay mucha oscuridad en la ciudad, en los rostros cansados de sus habitantes que yacen sentados en el autobús mientras en su memoria nadan cuentas pendientes, deudas y compromisos que tal vez se cumplan fuera de tiempo y forma.
Sobre el pavimento se queman las llantas de los coches pues el calor aumenta cada día, cada segundo, sin embargo, aún son capaces de soportar el entumecido cuerpo de un ser que pasa más tiempo frente al semáforo que con su familia.
No importa por que simplemente a nadie le ha importado, bueno, a lo mucho todo cae en una publicación en Facebook o en una charla con un señor de 50 años, pero estamos acostumbrados.
La costumbre se ha vuelto la vacuna contra el cambio y la valentía, es en la costumbre donde olvidamos y perdemos amigos, donde tenemos sexo y no compromiso, donde el ganador se olvida del perdedor y en donde los discursos se vuelven emoticones. La costumbre es partícipe del vicio y culmina en soledad , y es aquí donde puedo decir que soy de los que cree en la soledad, pues es un espacio de amor propio el cuál nada ni nadie más te puede entregar, es un homenaje hacia lo que uno construyó con el tiempo y la consecuencia del llanto de nuestros padres por vernos caer, pero también levantarnos. Aunque cabe mencionar que la soledad es como un placebo de efectos secundarios sin previo aviso, y ahí la conducta nos arroja de nuevo a la costumbre, ahí en donde la gente vive 3 horas diarias en su coche.
Afortunadamente hay héroes sin capa, que no distinguen raza, color, sexo, idioma, religión, condición o posición alguna; humildes le suelen llamar. A aquellos seres la gente los ha olvidado y hoy los suple con filtros y correos para hacerles recordar que la soledad es mala, que la riqueza es el éxito, el llorar es debilidad y el amar es cursilería. Así es como las familias crecieron y se separaron, hacía si mismas y entre ellas, dando luz a la rebeldía que solo se satisface con educación y autonomía.
Aquellos héroes los pueden encontrar pero difícilmente alguien los escucha, ¿por qué?, porque el gobierno, la autoridad, las leyes y la propia familia son quienes nos han enseñado que es alguien más el que lo hará algún día. El bullying, las drogas, el trabajo no deseado, el internet, la televisión y la discriminación son solo algunos terrenos donde yacen enterrados nuestros héroes y que los recordamos como víctimas. Maldita costumbre.
La guerra de adentro hacia afuera no es la solución, considero quizá que en viceversa lo puede llegar a ser, o al menos Perfect Sense me convence de tal idea. David Mackensie nos entrega una maqueta que sugiere una descomposición de lo que nos hace humanos para así darnos cuenta de lo que verdaderamente prevalece y aún no conocemos, el alma. Todo lo que creemos ser y llamamos personalidad, estorba. Y digo estorba por que con ella ésta historia de dos personas hubiera impedido que se encontraran, vencidos una vez más por el puto ego y su belleza inquebrantable.
La película que protagonizan Eva Green y Ewa McGregor estimula e interpreta el sentir de muchos que hoy pasean por un mundo débil, tanto política, económica y socialmente hablando, pero que no exime al individuo del placer y el deseo por verse atado en los brazos de alguien más. Así, dos personajes se desarrollan a lo largo de la película mermados por una epidemia que se desata por el mundo sin razón alguna y que confronta directamente en su relación.
La epidemia básicamente surte discapacidades en los seres humanos de forma minuciosa y en aumento, dejándolos poco a poco sin sentidos. El trance al que se interna el humano es un primer aviso de su próxima incapacidad. El hambre, la ira, la ceguez y la tristeza, se anuncian previos al desconocimiento del mundo, una muerte en vida silenciosa de dos personas que pierden sus sentidos más no su amor. La ironía que privilegia a estas dos personas es la pérdida de todo menos de sí mismos y que contrasta de forma absoluta con la realidad que hoy nos mantiene pasivos.
Hoy, mi estima y atracción por una mujer renació como un volcán en erupción por segunda vez, en 6 años. Nuestra condición biológica, nuestras emociones y sentidos han mejorado pero a su vez nos ha separado. El carácter se moldea de acuerdo a nuestros sentidos y a lo que nos imponen. Somos más exigentes, prejuiciosos y vulnerables; somos superficiales. Y esa es la razón por la que la erupción de mi volcán quema lo que hoy no me corresponde.
La vida sugiere una alternativa que solo la muerte conoce, pero sin duda la pérdida de los sentidos- de forma metafórica- sugiere un abandono del materialismo y la adopción de virtudes morales. Solo así empezaremos a conocernos realmente, encontrar amor, justicia y credibilidad; a dejar de lado la costumbre y a redefinir lo que queremos y no lo que creemos merecer.
"El hombre es un lobo para el hombre". Plauto, en Asinaria. (254-184 a.C)
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