Saber decir adiós es crecer.
- Carlos González
- 26 mar 2017
- 4 Min. de lectura

Las familias crecen, los años nos envejecen. Los hijos a los cuáles cuidamos y adaptamos a una dura realidad se vuelven rebeldes. No comen, malbaratan sus principios y aluden al internet. Atrás quedaron los juguetes y hoy sus ojos le pertenecen a una pantalla de colores por más de 5 horas. Humildad es una palabra que escuchan por parte de un mandatario en la radio y si, poco les importa. En la escuela se sientan dados la obligación de su propia realidad y no conforme a la convicción. ¿Existe la convicción en el humano?, si, pero es elegante una vez que se está solo.
Las familias se reúnen cuando hay pastel y se comunican si se necesita algo. Deseos, si, deseos hay muchos pero nuestra condena está en el saber decir "¿cómo estás?. Muchos prevalecen y se quedan solos, pero, ¿por qué?. El hijo es el ejemplo perfecto, una solvencia que no te responde por que sencillamente no es la creación para si mismo, sino, para la vida misma. La creación de un ser humano no es poca cosa.
Crecen, exigen, lloran, se consienten, pegan, escuchan y se rebelan. Hijos.
La educación es el modelo de engaño al cuál los padres creen edificar el futuro de un humano, sentencia para el fomento de lectura y habla, en favor de la sociedad y lo "políticamente bien visto". No, la educación no es la escuela, no es la solvencia a los problemas de miedo, timidez, ahogo y rencor. La escuela es el prototipo de la sociedad, es la adaptación necesaria a los problemas y vicios, vaya, es el enfrentamiento a la autoridad y aceptar la sumisión, sin embargo, eso no implica error o maldad.
El vicio, de forma irónica, implica educación, y si, de forma inversa, la educación es una forma de expresar maldad. Se educa para dejar en el camino ideas, controversias y así posicionarte encima del otro en favor de un puesto social. El país así creció y así se dividió.
La moral, la aceptación y el dilema se desquebraja ante la imposición familiar, ahí donde no puedes arremeter ni criticar. Sin embargo la peor herencia evidente es el olvido, y peor aún, el olvido en presencia.
En el olvido radica la muerte y nadie ha sabido enseñar el camino correcto a la superación. El instante previo de la muerte es la vida misma, si, sencillo, pero lo hemos olvidado. Caminamos, reímos y ganamos, pero de igual forma vemos la vida misma en el lente de la eternidad y es ahí en donde nos perdemos por completo de detalles tan concretos que nos quiebran una vez que la enfermedad se hace presente. En ese espacio de detalles es que se haya el beso en la frente, el abrazo, el amanecer en el campo, los caminos en carretera y los discos girando durante una cena provisional. Es la exigencia de nada, es el entregarse a aquello que no será para siempre y sonreír aún en momentos de tensión. Todo luce evidente cuando la sombra de la muerte, la enfermedad, nos ata en la desesperación y la culpa nos enferma aún más.
Hoy rindo este espacio en manera de homenaje a una maestra de la vida, quien en enumeradas veces privilegia el significado de vivir, quien esparce sus risas y contagia de esperanza aún en la adversidad del tiempo y la edad. ¿Tarde para redimirme?, demasiado, más aún cuando el fervor y enojo del cáncer quebranta los días de mi querida madrina. Es aquí, en estos días de incertidumbre y tristeza que la reflexión nos recapacita y levantan éstas palabras.
La gloria eterna se desparrama de sus ojos, llora en silencio pero se levanta. Esperar no es ausentarse y menos cuando las generaciones que dejaste atrás siguen creciendo y persiguen los sueños de los cuáles heredaste por una vida mejor.
La educación, entonces, no es más que el frente en sociedad, el fortalecimiento del carácter y la lealtad en familia. No es, de ninguna manera, la escuela y sus libros. La escuela es quien endereza y fomenta la conducta en armonía con la sociedad y la familia la base primordial de la vida.
Nunca se es tarde para pedir perdón y juntar las piezas de nuestro rompecabezas llamado problemas. La muerte no debe ser de ningún modo un golpe que nos dicte como vivir la vida en sus últimas instancias y ese es el error que muchos asumen en busca de recompensar el tiempo perdido para contemplar el paso de los pequeños detalles.
Hoy el miedo que enfrenta mi familia no es más que un esparcimiento de culpa pero también de enseñanza que se establece en estas resumidas letras. Es una invitación al perdón, al amor, a la convivencia, al viaje sin distancias, al establecer un horario para las personas, el de esparcir lo guardado y de asumir nuestras responsabilidades. No esperemos a la muerte como un enemigo sino como un aliado para ser mejores personas.
Madrina mía, aún ausente siempre estarás en mi corazón y mente, aún y mi distancia son las letras tu mejor herencia, tus palabras y regaños por levantar el rostro en momentos de tensión. Dejas aliados momentáneamente, aliados de virtudes y errores, de un ensamble por formar carácter y vencer el miedo. Nos unes y representaremos un buen viaje hacia allá a donde todos vamos, el propio cielo.
"Saber decir adiós es crecer". Prometo no defraudarte en este corto viaje llamado vida.
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